miércoles, 24 de agosto de 2011

un efecto

Seguía encontrando vidrios sobre el escritorio, sobre el piso, sobre los libros de la biblioteca, unos pequeños destellitos blancos delataban fragmentos de cristal cuando la perspectiva cambiaba en sus ojos hacia otro  sector de la habitación y en ese cruce con la luz se comunicaba con la lámpara mediante el reflejo. 
La cuestión principal era el peligro, un peligro pequeño más bien, no más que una posible leve lastimadura por andar descalzo o por apoyar un codo sobre un espacio para entonces clausurado por el azar que ubicaba esos restos filosos allí. Pero qué tan principal puede ser  un accidente aún en su forma de posibilidad, de imaginación preventiva, un accidente leve. Por eso, si bien era la cuestión, no era su cuestión, porque fenómenos como la comunicación de los objetos con él de forma indirecta resultaban hechos más jugosos y aún más reales para sus intereses.
Un hombre solo, se mantiene con vida casualmente, un silencio casi estúpido de mente gritando, un parpadeo mudo, un bostezo incontagiado, un balbuceo en voz alta para sí creando un otro inexistente que oye lo que él quiere que oigan y piensa de lo que oye lo que quiera que piense, un mundo perfecto que nunca ha nacido, han condenado locos al agua fría y al encierro por cuestiones mucho menores.
Un foquito en medio de la habitación había estallado días antes, de un golpe duro y calculado, si bien se habían recogido los restos mayores, pequeños pedazos quedaban por allí. Eso explica todo, pero lo que no se explica es por qué él tomó de forma tan interesada el suceso, miedo a que se me calle la mente pensó, sí, era eso, miedo a que se le calle la mente. Se debe tener una excusa, un hecho reluciente y brilloso para evitar que se termine la obra y cierren el telón, cualquier evidencia de que el mundo aún reconoce su ser, su vida que aún podría transformarse en vida plena, en silencio a la inversa. Para seguir.



tom

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